¿Hasta qué punto es posible influir en el estado de ánimo de las personas a través del diseño? ¿Qué hace que un entorno nos resulte más agradable y atractivo?
Estas son solo algunas de las cuestiones que forman parte de la llamada “neuroarquitectura”, un hacer ya casi omnipresente de la profesión que consiste en crear espacios teniendo en cuenta las emociones de aquellos que los van a habitar y transitar; pues después de todo, pasamos un alto porcentaje de nuestra vida en lugares cerrados que afectan a nuestro carácter, especialmente nuestro hogar. Dentro de ese propósito, configurar aspectos como el color, la altura, la iluminación, o los materiales de cada zona, tendrá una relevancia incuestionable en el objetivo a perseguir.
Cada edificación tiene sus reglas y propósitos, no es algo nuevo. Ya hace siglos, una catedral debía sugerir grandeza y espiritualidad por la conformación de sus elementos. Un hospital, por su naturaleza, pretenderá tranquilidad y sosiego gracias al color verde, relajante por excelencia de las emociones de sus pacientes. Si nos centramos en el sector de la vivienda, más allá de las infinitas variantes visuales que pueda haber en su construcción, también cabe señalar algo común a lo que aspiran: la búsqueda de la felicidad de sus propietarios. Y es que podemos decir que el estrés se ha convertido en el enemigo invisible de buena parte de la población en la actualidad. Esto ha dado paso a que muchos arquitectos sepan de la importancia de combatirlo provocando estímulos positivos de la mano de su creatividad. Es sin duda una apuesta cada vez más extendida que, si bien ya era conocida, a menudo no se le prestaba la atención que merecía. Ahora, siendo más conscientes de esta necesidad y de cómo podemos mejorar el bienestar de todos, podemos comprender lo trascendente que es nuestra labor y actuar en consecuencia de cara al futuro.