Uno de los principales retos a los que se enfrenta la arquitectura es adaptarse a los nuevos tiempos. No es una tarea exclusiva suya, por supuesto. A nadie se le escapa el cambio de rumbo que ha provocado la pandemia en el último año y medio en todos los sectores e individuos; pero tampoco hemos de olvidar lo que nos ha enseñado.

El 4 de octubre se celebró el Día mundial de la Arquitectura. Como cada año, el objetivo de la fecha supone renovar una estrategia que conduzca al acceso para todo ciudadano a una vivienda digna, accesible y compatible con el bienestar social y ambiental. Bajo las circunstancias vividas, si bien desafortunadas, hemos comprobado cómo estos objetivos aún se encuentran a medio camino de ser una realidad. Hemos sido testigos de que la mayoría de los espacios no están preparados para cambios que se antojaban inevitables, como un teletrabajo que llevaba tiempo tratando de hacerse un hueco apoyado por el desarrollo tecnológico; o localidades enteras con falta de acceso a víveres básicos o medicamentos. La arquitectura siempre tendrá una influencia enorme en la calidad de vida del ciudadano en todas sus facetas. Es algo que vive con nosotros cuya belleza y practicidad nos contagia; por eso tenemos que aprovechar la capacidad de dar un servicio adaptado a las circunstancias. Reducir el impacto ambiental, menguar las desigualdades sociales, reformar la accesibilidad a los domicilios, optimizar los espacios… son solo algunos de los puntos de partida de los proyectos por venir.

No hace muchas décadas vivimos un cambio de paradigma con la urbanización e industrialización de pueblos y ciudades, en un mundo ya muy distinto. Ahora es momento de preguntarse cómo vemos el futuro y qué modelo de población visualizamos en él. Si somos capaces de afrontar la oportunidad que nos hemos encontrado como la antesala del éxito, el desarrollo será imparable.